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ESPACIO: POEMAS Y OTROS DISCURSOS




Desde los afectos

Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo?


Que uno tiene que buscarlo y dárselo...
Que nadie establece normas, salvo la vida...
Que la vida sin ciertas normas pierde formas...
Que la forma no se pierde con abrirnos...
Que abrirnos no es amar indiscriminadamente... 
Que no está prohibido amar...
Que también se puede odiar...
Que la agresión porque sí, hiere mucho...
Que las heridas se cierran...
Que las puertas no deben cerrarse...
Que la mayor puerta es el afecto...
Que los afectos, nos definen...
Que definirse no es remar contra la corriente...
Que no cuanto más fuerte se hace el trazo, más se dibuja...
Que negar palabras, es abrir distancias...
Que encontrarse es muy hermoso...
Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida...
Que la vida parte del sexo...
Que el por qué de los niños, tiene su por qué...
Que querer saber de alguien, no es sólo curiosidad...
Que saber todo de todos, es curiosidad malsana...
Que nunca está de más agradecer...
Que autodeterminación no es hacer las cosas solo...
Que nadie quiere estar solo...
Que para no estar solo hay que dar...
Que para dar, debemos recibir antes...
Que para que nos den también hay que saber pedir...
Que saber pedir no es regalarse...
Que regalarse en definitiva no es quererse...
Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos...
Que para que alguien sea, hay que ayudarlo...
Que ayudar es poder alentar y apoyar...
Que adular no es apoyar...
Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara...
Que las cosas cara a cara son honestas...
Que nadie es honesto porque no robe...
Que cuando no hay placer en las cosas no se está viviendo...
Que para sentir la vida hay que olvidarse que existe la muerte...
Que se puede estar muerto en vida..
Que se siente con el cuerpo y la mente...
Que con los oídos se escucha...
Que cuesta ser sensible y no herirse... 
Que herirse no es desangrarse...
Que para no ser heridos levantamos muros...
Que sería mejor construir puentes...
Que sobre ellos se van a la otra orilla y nadie vuelve...
Que volver no implica retroceder...
Que retroceder también puede ser avanzar...
Que no por mucho avanzar se amanece más cerca del sol...

Cómo hacerte saber que nadie establece normas, salvo la vida?

Mario Benedetti        ( Uruguay, 1920 - 2009)



Desechando lo desechable



Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida.

No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos.

O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises.

Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar.

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables!

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor.

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra.

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida.

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están jodiendo!

¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo.

Nada se repara.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo.

Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo.

¡Toooodo!

Lo que servía y lo que no.

Porque algún día las cosas podían volver a servir.

Le dábamos crédito a todo.

Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita.

¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones.

El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.

Y guardábamos.

¡¡Cómo guardábamos!!

¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!

¡¿Cómo para qué?!

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.

Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos.

Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar.

Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.

¡Y las pilas!

Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa.

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables… eran guardables.

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal.

Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza.

Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

No lo voy a hacer.

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero.

No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.

Y yo…no me entrego.

Enero de 2006


Marciano Durán (Escritor Uruguayo)

Tomado de sus "Crónicas Marcianas"







Despedida


Yo me voy porque en los "subways" no crecen los bejucos;
porque ya no huele el aire prisionero de las calles
a azafrán, ni a tomillo, ni a hembra en primavera.
Me voy porque a los parques les pusieron mordazas.
Me voy porque aquí ya no se puede reír a carcajadas;
porque los crepúsculos se compran enlatados;
porque agonizaron, inermes, los últimos rebeldes.

Me voy porque hasta los besos se encuentran censurados.
Me voy porque ya ordenaron investigar a la alegría;
porque a los niños les raptaron sus hadas;
porque a los libros los encerraron en la cárcel.
Me voy porque a la muerte la están vendiendo en cápsulas.
Me voy porque a las mujeres les rondaron el sexo;
porque al alcohol le editaron sus sueños;
porque en lugar de saúcos se cultivan barrotes.
Porque soltaron, todos, los diques del pavor.
Me voy porque en las calles tan sólo ríe el miedo.

Luis Zalamea, Colombia, 1921



Dios estaba en la puerta...
Dios estaba en la puerta. Cuidaba de no envejecer. Pudriéndose de belleza, ausente en su presencia, a la cabeza de los ruidos, 

podía quedarse la duración infinita de la ciudad al crepúsculo. Oscuro peatón, irradiaba al asumir la sola luz de la noche. La sombra amada de sus piernas se bañaba en la marejada y sus pies pisaban el corazón inocente del prodigio. Su presencia borrosa, cegadora de evidencia, no servía sino a alumbrar mejor la llama de vincapervinca en los ojos de los que pasaban sin verle pero que, desde siempre, hubieran deseado verle en su puesto, ante la puerta, tal una proa hendiendo los rompientes del crepúsculo. Dios esclavo dominando con su desnudez esencial el remolino de la muchedumbre ausente bañada por los esplendores reales de la domesticidad divina. Dios Padre, joven en su vejez de vigilante saurio emergiendo de la sombra a la sombra. Su cabeza parda alumbrada de negro resplandecía de un rubio sordo e infernal. Su belleza no podía ser sino de este mundo: con su calor suave su bondad era la frialdad misma, ¿acecharía, indiferente, a una víctima? ¿Quién era su víctima? ¿Había, existía una víctima? ¿Existió nunca la víctima? Todas estas preguntas sin resolver delante de Dios a su puerta y que ahora hacen juegos malabares en sus manos con una simplicidad desprovista de toda respuesta porque no había habido nunca preguntas, nada más que el suplicio, la extorsión, la confesión por la tortura, la ausencia en el instante mismo de la pregunta y la respuesta porque, apenas planteada, esa se perdía en el humo espeso de contestaciones ya inexistentes, ya caducas, inactuales ante la vejez, la inactualidad feroz de las preguntas.
Y supe entonces cuán cálida y minúscula es la eternidad, manejada como un reloj de bolsillo apto para todos los usos desde jabón matinal hasta pelambre de gato. Humana en su más sórdida acepción, cómoda, intercambiable, que paga en moneda de burla, en especies tangibles, buena para pagar cualquier cosa y también para engañarse con preguntas metafísicas, preguntas como éstas: ¿qué hora será dentro de ciento cincuenta años? O ¿cuál es la palabra para hacer jabonar la barba a las moscas?
Pero Dios probablemente ha permanecido a la puerta, a su puerta, ignorándose a sí mismo e ignorando todo de esa puerta porque la suprema inteligencia no es sino el vacío absoluto, la ausencia cálida de inteligencia, la nada volcándose sobre sí misma, proyectando de todas partes sus lentejuelas de amianto invisibles a todos.
Y sólo yo he podido ver por toda la eternidad a Dios ante su puerta, que no era tal detrás de él, que tampoco lo era.

César Moro

Perú, 1903-1956

De "Amour à mort" 1957




El arte de amar



I
¿Es el amor un arte?


¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia 
es una cuestión de azar, algo con lo que uno "tropieza" si tiene suerte? Este libro se basa en la primera premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en la segunda.
No se trata de que la gente piense que el amor carece de importancia. En realidad, todos están sedientos de amor; ven innumerables películas basadas en historias de amor felices y desgraciadas, escuchan centenares de canciones triviales que hablan del amor, y, sin embargo, casi nadie piensa que hay que aprender acerca del amor.
Esa peculiar actitud se basa en varias premisas que, individualmente o combinadas, tienden a sustentarla.  Para la mayoría de la gente, el problema del amor consista fundamentalmente en ser amado, no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor.  Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición.  Otro usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc. Existen otras formas de hacerse atractivo, que utilizan tanto los hombres como las mujeres, tales como tener modales agradables y conversación interesante, ser útil, modesto, inofensivo. Muchas de las formas de hacerse querer son iguales a las que se utilizan para alcanzar el éxito, para "ganar amigos a influir sobre la gente". 
En realidad, lo que para la mayoría de la gente de nuestra cultura equivale a digno de ser amado es, en esencia, una mezcla de popularidad y sex-appeal.
La segunda premisa que sustenta la actitud de que no hay nada que aprender sobre el amor, es la suposición de que el problema del amor es el de un objeto y no de una facultad. La gente cree que amar es sencillo y difícil encontrar un objeto apropiado para amar para ser amado por él. Tal actitud tiene varias causas, arraigadas en el desarrollo de la sociedad moderna. Una de ellas es la profunda transformación que se produjo en el siglo veinte con respecto a la elección del "objeto amoroso". En la era victoriana, así como en muchas culturas tradicionales, el amor no era generalmente una experiencia personal espontánea que podía llevar al matrimonio. Por el contrario, el matrimonio se efectuaba por un convenio entre las respectivas familias o por medio de un agente matrimonial, o también sin la ayuda de tales intermediarios; se realizaba sobre la base de consideraciones sociales, partiendo de la premisa de que el amor surgiría después de concertado el matrimonio. En las últimas generaciones el concepto de amor romántico se ha hecho casi universal en el mundo occidental. En los Estados Unidos de Norteamérica, si bien no faltan consideraciones de índole convencional, la mayoría de la gente aspira a encontrar un "amor romántico", a tener una experiencia personal del amor que lleve luego al matrimonio. Ese nuevo concepto de la libertad en el amor debe haber acrecentado enormemente la importancia del objeto frente a la de la función.
Hay en la cultura contemporánea otro rasgo característico, estrechamente vinculado con ese factor. Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. "Atractivo" significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad. Las características específicas que hacen atractiva a una persona, dependen de la moda, de la época, tanto física como mentalmente. Durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, una joven que bebía y fumaba, emprendedora y sexualmente provocadora, resultaba atractiva; hoy en día la moda exige más domesticidad y recato. A fines del siglo XIX y comienzos de éste, un hombre debía ser agresivo y ambicioso -hoy tiene que ser sociable y tolerante- para resultar atractivo. De cualquier manera, la sensación de enamorarse sólo se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Quiero hacer un buen negocio; el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y, al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de considerable importancia en tal transacción. En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el marcado de bienes y de trabajo.
El tercer error que lleva a suponer que no hay nada que aprender sobre el amor, radica en la confusión entre la experiencia inicial del "enamorarse" y la situación permanente de estar enamorado, o mejor dicho de "permanecer" enamorado. Si dos personas que son desconocidas la una para la otra, como lo somos todos, dejan caer pronto la barrera que las separa, y se sienten cercanas, se sienten uno, ese momento de unidad constituye uno de los más estimulantes y excitante para la vida. Y resulta aún más maravilloso y milagroso para aquellas personas que han vivido encerradas, aisladas sin amor. Ese milagro de súbita intimidad suele verse facilitado si se combina o inicia con la atracción sexual y su consumación. Sin embargo, tal tipo de amor es, por su misma naturaleza, poco duradero. Las dos personas llegan a conocerse bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento mutuo, terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No obstante, al comienzo no saben todo esto: en realidad, consideran la intensidad del apasionamiento, ese estar "locos" el uno por el otro como una prueba de la intensidad del amor, cuando sólo muestra el grado de su soledad anterior.
Esa actitud -que no hay nada más fácil que amar- sigue siendo la idea prevaleciente sobre el amor, a pesar de las abrumadoras pruebas de lo contrario. Prácticamente no existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tremendas esperanzas y expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor. Si ello ocurriera con cualquier otra actividad, la gente estaría ansiosa por conocer los motivos del fracaso y por corregir sus errores -o renunciaría a la actividad-. Puesto que lo último es imposible en el caso del amor, sólo parece haber una forma adecuada de superar el fracaso del amor, y es examinar las causas de tal fracaso y estudiar el significado del amor.
El primer paso a dar es tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos aprender a amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos aprender cualquier otro arte, música, pintura, carpintería o el arte de la medicina o de la ingeniería.
¿Cuáles son los procesos necesarios para aprender cualquier arte?
El proceso de aprender un arte puede dividirse convenientemente en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra el dominio de la práctica. Si quiero aprender el arte de la medicina, primero debo conocer los hechos relativos al cuerpo humano y a las diversas enfermedades. 
Una vez adquirido todo ese conocimiento teórico, aún no soy en modo alguno competente en el arte de la medicina. Sólo llegaré a dominarlo después de mucha práctica, hasta que eventualmente los resultados de mi conocimiento teórico y los de mi práctica se fundan en uno, mi intuición, que es la esencia del dominio de cualquier arte. Pero aparte del aprendizaje de la teoría y de la práctica un tercer factor es necesario para llegar a dominar cualquier arte – el dominio del arte deber ser de fundamental importancia: nada en el mundo debe ser más importante que el arte. Esto es válido para la música, la medicina. La carpintería y el amor. Y quizás radique ahí el motivo de que la gente de nuestra cultura, a pesar de sus evidentes fracasos, sólo en tan contadas ocasiones trata de aprender ese arte. No obstante el profundo anhelo de amor, casi todo lo demás tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos objetivos, y muy poca a aprender el arte del amor.
¿Sucede acaso que sólo se consideran dignas de ser aprendidas las cosas que pueden proporcionarnos dinero o prestigio, y que el amor, que "sólo" beneficia al alma, pero que no proporciona ventajas en el sentido moderno, sea un lujo por el cual no tenemos derecho a gastar muchas energías? Sea como fuere, este estudio ha de referirse al arte de amar en el sentido de las divisiones antes mencionadas: primero, examinaré la teoría del amor - lo cual abarcará la mayor parte del libro, y luego analizaré la práctica del amor, si bien es muy poco lo que puede decirse sobre la práctica de éste como en cualquier otro campo.


Erich Fromm     ( Alemania, 1900 - 1980 )



El avión de los Cronopios

Lo primero que se nota al entrar en el avión de los cronopios es que estos cronopios tienen muy pocos aviones y se ven obligados 

a aprovechar lo más posible el espacio, con lo cual este avión se parece más bien a un ómnibus, pero eso no impide que a bordo prolifere una gran alegría porque casi todos los pasajeros son cronopios y algunas esperanzas que regresan a su país, y los otros son cronopios extranjeros que al principio contemplan bastante estupefactos el entusiasmo de los que vuelven a su país hasta que al final aprenden a divertirse a la manera de los otros cronopios y en el avión reina un clima de conversatorio sólo comparable al estrépito de sus venerables motores que es propiamente la muerte en tres tomos.

A todo esto pasa que el avión tiene que despegar a las veintiuna, pero apenas los pasajeros se han instalado y están temblando como suele y debe hacerse en esos casos, aparece una lindísima aeromoza que da a conocer el discurso siguiente, a saber:

Manda decir el capi que abajo todos y que hay retraso de dos horas.
Es un hecho conocido que los cronopios no se preocupan por cosas así, puesto que en seguida piensan que la compañía les va 
a servir grandes vasos de jugos de diferentes colores en el bar del aeropuerto, sin contar que podrán seguir comprando tarjetas postales y enviándolas a otros cronopios, y no solamente sucede todo eso sino que además la compañía les manda servir una cena suculenta a las once de la noche y los cronopios pueden así cumplir uno de los sueños de su vida, que es comer con una mano mientras escriben tarjetas postales con la otra. Luego vuelven al avión que tiene un aire de querer volar, y en seguida la aeromoza les trae mantas azules y verdes y hasta los arropa con sus lindas manos y apaga la luz a ver si se callan un poco, cosa que sucede bastante más tarde con gran indignación de las esperanzas y de unos cuantos cronopios extranjeros que están acostumbrados a dormirse apenas les apagan la luz en cualquier parte.
Desde luego el cronopio viajero ya ha ensayado todos los botones y palanquitas a su alcance, porque eso le produce una gran felicidad, pero vano es su deseo de que al apretar el botón correspondiente venga la aeromoza a traerle otro poco de jugo 
o a arroparlo mejor en la manta verde que le ha tocado, porque muy pronto se comprueba que la aeromoza está durmiendo como un osito a lo largo de los tres asientos que con gran astucia siempre se reservan las aeromozas en esas circunstancias. Apenas el cronopio ha decidido resignarse y dormir, se encienden todas las luces y un camarero se pone a distribuir bandejas, con lo cual 
el cronopio y su mujer se frotan las manos y dicen así, a saber:

Nada comparable a un buen desayuno después de un sueño reparador, sobre todo si viene con tostadas.

Tan comprensibles ilusiones se ven cruelmente diezmadas por el camarero, que empieza a distribuir bebidas con nombres misteriosos y poéticos tales como añejo en la roca, que hace pensar en una estampa con un viejo pescador japonés, o mojiito, 
que también hace pensar en algo japonés. 

En todo caso al cronopio le parece extraordinario que los hayan arrancado del sueño con el solo objeto de sumirlos inmediatamente en el delirio alcohólico, pero no tarda en comprender que todavía es peor puesto que la aeromoza aparece con bandejas donde entre otras cosas hay una tortilla, un helado de almendra y un plátano de aplastantes dimensiones. Como apenas hacen cinco horas que la compañía les ha servido una cena completa en el aeródromo, al cronopio esta comida le parece más bien innecesaria, pero el camarero le explica que nadie podía prever que cenarían tan tarde y que si no le gusta no la coma, cosa que 
el cronopio considera inadmisible, y así tras de absorber la tortilla y el helado con gran perseverancia, se guarda el plátano en el bolsillo interior izquierdo del saco, mientras su mujer hace lo mismo en el bolso. Esta clase de episodios tiene la virtud de acortar los viajes en el avión de los cronopios, y es así que después de una escala en GANDER donde no sucede nada digno de mención, porque el día en que suceda algo en un sitio como Gander será tan insólito como si una marmota ganara un torneo de ajedrez, 
el avión de los cronopios entra en cielos muy azules, y por debajo hay un mar todavía más azul, y todo se pone tan azul por todas partes que los cronopios saltan entusiasmados, y de pronto se ve un palmar y uno de los cronopios grita que ya no le importa 
si el avión se cae, proclamación patriótica recibida con cierta reserva por parte de los cronopios extranjeros y sobre todo de las esperanzas, y así es como se llega al país de los cronopios.

Desde luego el cronopio viajero visitará el país y un día, cuando regrese al suyo, escribirá las memorias de su viaje en papelitos 
de diferentes colores y las distribuirá en la esquina de su casa para que todos puedan leerlas. A los famas les dará papelitos azules, porque sabe que cuando los famas las lean se pondrán verdes, y nadie ignora que a un cronopio le gusta muchísimo la combinación de estos dos colores. En cuanto a las esperanzas, que se ruborizan mucho al recibir un obsequio, el cronopio les dará papelitos blancos y así las esperanzas podrán apantallarse las mejillas y el cronopio desde la esquina de su casa verá diversos y agradables colores que se van dispersando en todas direcciones llevándose las memorias de su viaje.


Julio Córtázar ( Argentina, 1914-1984 )

Tomado de "La vuelta al día en ochenta mundos"


El decálogo de Augusto Monterroso

1.   Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.


2.   No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus
       antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido 
       que la posteridad siempre hace justicia.

3.   En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: «En literatura no  hay nada escrito».

4.   Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con  una, con una. 
       No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada  con cincuenta palabras.

5.   Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, 
       como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que 
       lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

6.   Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero
       hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues,
       dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

7.   No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote.
       Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para
       que tus amigos se entristezcan.

8.    Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De
        esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas
        fuentes.

9.   Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando
       creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un
       escritor.

10.  Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o
         más  inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para
         lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

11.  No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como
        tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

12.  Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada
         vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas
         para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te
         señalara con el dedo en el supermercado.

       Augusto Monterroso,  Guatemala, 1944 - 2003




El diario de un perro: 


Semana 1:
Hoy cumplí una semana de nacido, ¡Qué alegría haber llegado a este mundo!

Mes 01:
Mi mamá me cuida muy bien. Es una mamá ejemplar.

Mes 02:
Hoy me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta y con sus ojos me dijo adiós, esperando que mi nueva "familia humana" me cuidara tan bien como ella lo había hecho.

Mes 04:
He crecido rápido; todo me llama la atención. Hay varios niños en la casa que para
mí son como "hermanitos". Somos muy inquietos, ellos me jalan la cola y yo les muerdo jugando.

Mes 05: 
Hoy me regalaron. Mi ama se molestó porque me hice "pipí" dentro de la casa; pero nunca me habían dicho dónde debo hacerlo. Además duermo en la recámara... y ya no me aguantaba!

Mes 06:
Soy un perro feliz. Tengo el calor de un hogar; me siento tan seguro, tan protegido. Creo que mi familia humana me quiere y me consiente mucho.
Cuando están comiendo me convidan. El patio es para mí solito y me doy vuelo escarbando como mis antepasados los lobos, cuando esconden la comida.
Nunca me educan. Ha de estar bien todo lo que hago.

Mes 12:
Hoy cumplí un año. Soy un perro adulto. Mis amos dicen que crecí más de lo que ellos pensaban. ¡Qué orgullosos se deben de sentir de mí!

Mes 13:
Qué mal me sentí hoy. "Mi hermanito" me quitó la pelota. Yo nunca agarro sus juguetes. Así que se la quité. Pero mis mandíbulas se han hecho muy fuertes así que lo lastimé sin querer. Después del susto, me encadenaron casi sin poderme mover al rayo del sol. Dicen que van a tenerme en observación y que soy ingrato. No entiendo nada de lo que pasa.

Mes 15:
Ya nada es igual... vivo en la azotea. Me siento muy solo, mi familia ya no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed. Cuando llueve no tengo techo que me cobije.

Mes 16:
Hoy me bajaron de la azotea. De seguro mi familia me perdonó y me puse tan contento que daba saltos de gusto. Mi rabo parecía reguilete. Encima de eso, me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacia la carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz creyendo que haríamos nuestro "día de campo". No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron. "¡Oigan, esperen!" Se... se olvidan de mí. Corrí detrás del coche con todas mis fuerzas. Mi angustia crecía al darme cuenta, que casi me desvanecía y ellos no se detenían: me habían olvidado.

Mes 17:
He tratado en vano de buscar el camino de regreso a casa. Me siento y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón 
que me ve con tristeza y me da algo de comer. Yo les agradezco con mi mirada y desde el fondo con mi alma. Yo quisiera que me adoptaran y sería leal como ninguno. Pero solo dicen "pobre perrito", se ha de haber perdido.

Mes 18:
El otro día pasé por una escuela y vi a muchos niños y jóvenes como mis "hermanitos". Me acerqué, y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó una lluvia de piedras "a ver quien tenía mejor puntería". Una de esas piedras me lastimó el ojo y desde entonces ya no veo con él.

Mes 19:
Parece mentira, cuando estaba más bonito se compadecían más de mí. Ya estoy muy flaco; mi aspecto ha cambiado. Perdí mi ojo 
y la gente más bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.

Mes 20:
Casi no puedo moverme. Hoy al tratar de cruzar la calle por donde pasan los coches, uno me arrolló. Según yo estaba en un lugar seguro llamado "cuneta", pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta se ladeó con tal de centrarme. Ojalá me hubiera matado, pero solo me dislocó la cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con dificultades me arrastré hacia un poco de hierba a ladera del camino.

Mes 21:
Tengo 10 días bajo el sol, la lluvia, el frío, sin comer. Ya no me puedo mover. El dolor es insoportable. Me siento muy mal; quedé en un lugar húmedo y parece que hasta mi pelo se está cayendo. Alguna gente pasa y ni me ve; otras dicen: "No te acerques". Ya casi estoy inconsciente; pero alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos. La dulzura de su voz me hizo reaccionar. "Pobre perrito, mira como te han dejado", decía... junto a ella venía un señor de bata blanca, empezó a tocarme y dijo: "Lo siento señora, pero este perro ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir." A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude, moví el rabo y la miré agradeciéndole me ayudara a descansar. Solo sentí el piquete de la inyección y me dormí para siempre pensando en por qué tuve que nacer si nadie me quería.

* * *

La solución no es echar un perro a la calle, sino educarlo. No conviertas en problema una grata compañía. Ayuda a abrir conciencia y así poder acabar con el problema de los perros callejeros. Las mascotas te lo agradecerán.



El diccionario del diablo  (selección)

A

Abad: Padre que hizo votos de no ser marido.
Aberración: cualquier desviación mental de otra persona (en relación con nuestros propios hábitos mentales) que no
                          nos parezca suficientemente grave para llamarla locura.
Abogado: persona legalmente designada para que desarregle los asuntos de quien no tuvo la habilidad de desarreglarlos
                      por sí mismo.
Abuso: talento innegable.
Álbum: instrumento de tortura en el que las señoras amigas nos crucifican entre dos ladrones.
Alivio: despertarse temprano, en una mañana fría, y descubrir que ese día es domingo.
Amigo: investigador bajo cuyo microscopio vivimos, nos movemos y existimos.
Antipatía: sentimiento inspirado por el amigo de una amiga.
Año: un período de trescientas sesenta y cinco decepciones.
Apático: casado hace seis semanas.
Arrestado: criminal atrapado sin dinero suficiente para satisfacer al policía.
Ausente: expuesto a los ataques de amigos y conocidos; difamado, calumniado.


B

Bandido: persona que toma de A, por la fuerza, lo que A tomó de B, mediante engaños.
Belleza: poder mediante el cual una mujer fascina al amante y aterroriza al esposo.
Boda: ceremonia en la que dos personas prometen volverse una, una propone volverse nada, y nada promete
             volverse tolerable.
Boticario: cómplice del médico
Bruja: vieja fea y repulsiva que se acuesta con tu marido.


C

Cagatintas: escritor profesional cuyos puntos de vista se oponen a los nuestros.
Candidato: persona que, siguiendo el consejo de sus amigos, acepta con repugnancia sacrificar sus intereses particulares
                       en nombre del bien público.
Canonizar: hacer un santo de un pecador muerto.
Cleptómano: ladrón rico.
Cliente: persona que, entre los dos métodos posibles para ser robado, optó por el convencional.
Cobarde: el que en una emergencia peligrosa piensa con las piernas.
Confesionario: lugar donde se sienta el sacerdote para perdonar grandes pecados, a cambio del placer que le produce
                               oír hablar de los pequeños.
Confidente: persona a quien A le confía los secretos de de B, que el mismo confidente había confiado a C.
consultar: buscar la aprobación ajena para una decisión que ya fue adoptada.


D

Diplomacia: arte patriótico de mentir por el país.
Dote: el gusano en el anzuelo matrimonial para pescar hombres.


E

Economía: comprar el barril de Whisky que no se necesita por el precio de la vaca que no se puede pagar.
Egoísta: persona de pésimo gusto, más interesada en sí misma que en mí.
Elocuencia: el arte de persuadir a los tontos de que el blanco es el color que parece ser.
Enemigo: persona que niega nuestros méritos o exhibe la superioridad de los suyos.
Engreimiento: la autoestima de una persona que nos disgusta.
Erudición: polvo sacudido de un libro sobre una cabeza hueca.
Éxito: el único pecado que nuestros contemporáneos no perdonan.


F

Falta: cualquiera de mis ofensas, al contrario de las de usted. Las de usted son crímenes.
Favorecer: crear un ingrato.
Felicidad: agradable sensación que produce contemplar la miseria ajena.
Foráneo: que pertenece a un país inferior.

G
Genuino: real, auténtico, como una genuina falsificación, una genuina hipocresía, etc.
Gota: nombre que dan los médicos al reuma del paciente rico.
Grosero: recordarle a una dama los buenos tiempos que pasamos juntos hace cuarenta años.

H
Hipocondría: depresión del propio espíritu:
Honesto: afligido por un impedimento en la conducta.


I

Iglesia: lugar donde el cura adora a Dios y las mujeres adoran al cura.
Ignis Fatuus: amor.
Igual: tan malo como cualquier otra cosa.
Impostor: rival que también aspira a los honores públicos.
Impunidad: riqueza.
Incompatibilidad: en el matrimonio, la existencia de gustos parecidos, especialmente el gusto por la dominación.
Inmigrante: ser ignorante que supone que un país es mejor que otro.


J

Juez: persona que está siempre entrometiéndose en disputas en las que no tiene interés personal.
Juventud: período de lo posible.


L

Legal: compatible con la voluntad del juez.
Libertad: una de las posesiones más preciadas de la Imaginación.
Longevidad: inusual extensión del miedo a la muerte.


M

Maña: sustituto del cerebro en los tontos.
Maravilloso: incomprensible.
Marido: el que después de comer se encarga de los platos.
Matrimonio: estado o situación de una comunidad integrada por un amo, una ama, y dos esclavos, 
                           que suman en total dos personas.
Mediar: meter baza.


N

Nariz: protuberancia del rostro humano, que comienza entre los ojos y termina en los asuntos ajenos.
Novia: mujer que tiene una hermosa y falsa perspectiva de tener un futuro feliz.


O

Occidente: parte del mundo que está al oeste o al este del oriente.
Olvido: don que concede Dios a los deudores, en compensación por la pérdida de sus conciencias.


P

Papi: padre a quien sus hijos vulgares no respetan.
Partidario: adherente insensato.
Paz: período de estafa entre dos períodos de guerra.
Pericardio: bolsa membranosa que cubre una multitud de pecados.
Plebiscito: voto popular para aprobar lo que quiere un soberano.
Poligamia: demasiado de algo bueno.


R

Razonar: pesar probabilidades en la balanza del deseo.
Reconsiderar: buscar justificativos para una decisión tomada.
Referendum: sistema por el que se propone al voto popular un proyecto de ley, con el fin de averiguar
                            qué significa la oposición pública.
Religión: hija de la esperanza y el miedo, que le explica a la ignorancia el misterio de lo incognoscible.
Ruin: la motivación de un competidor.


S

Sabiduría: clase de ignorancia que distingue al estudioso.
Saciedad: lo que uno siente después de vaciar el plato, señora...
Santo: pecador muerto, corregido y editado.
Senador: el mejor postor en el remate de votos.
Severa: crítica de un anciano envidioso de las locuras de la juventud.


T

Tedioso: el humor inglés.
Timar: decirle al pueblo soberano que si uno es elegido no robará.


U

Uno mismo: la persona más importante del universo.

V

Valor: el de reconocer que usted es un cobarde.
Vencer: fabricar un enemigo.
Verdad: ingenioso compuesto que combina lo deseable con lo aparente.


Tomado del "Diccionario del diablo"  (Valdemar ediciones 1996)

Ambrose Gwinnett Bierce  Ohio, EE.UU. 1842- 1914
                            


El momento más grave de la vida

Un hombre dijo:

-El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne cuando fui herido en el pecho.
Otro hombre dijo:
-El momento más grave de mi vida, ocurrió en un maremoto de Yokohama, del cual salvé milagrosamente, 
refugiado bajo el alero de una tienda de lacas.
Y otro hombre dijo:
-El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.
Y otro dijo:
-El momento más grave de mi vida ha estado en mi mayor soledad.
Y otro dijo:
-El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.
Y otro dijo:
-El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre.
Y el último hombre dijo:
-El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.

César Vallejo ( Perú, 1892-1938 )





El premio Nobel
La verdad es que todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar alguna vez el Premio Nobel, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan.
En América Latina, especialmente, los países tienen sus candidatos, planifican sus campañas, diseñan su estrategia. Esta ha perdido a algunos que merecieron recibirlo. Tal es el caso de Rómulo Gallegos. Su obra es grande y decorosa. Pero Venezuela es el país del petróleo, es decir el país de la plata, y por esa vía se propuso conseguírselo. Designó un embajador en Suecia que se fijó como suprema meta la obtención del premio para Gallegos. Prodigaba las invitaciones a comer; publicaba las obras de los académicos suecos en español, en imprentas del propio Estocolmo, todo lo cual ha debido parecer excesivo a los susceptibles y reservados académicos. Nunca se enteró Rómulo Gallegos de que la inmoderada eficacia de un embajador venezolano fue, tal vez, la circunstancia que lo privó de recibir un título literario que tanto merecía.
En Paris me contaron en cierta ocasión una historia triste ribeteada de humor cruel. En esta oportunidad se trataba de Paul Valéry. Su nombre se rumoreaba y se imprimía en Francia como el más firme candidato al Premio Nobel de aquel año. La misma mañana en que se discutía el veredicto en Estocolmo, buscando apaciguar el nerviosismo que le producía la inmediata noticia, Valéry salió muy temprano de su casa de campo, acompañado de su bastón y su perro.

Volvió de la excursión al mediodía, a la hora del almuerzo. Apenas abrió la puerta, preguntó a la secretaria:
-¿Hay alguna llamada telefónica?
-Sí, señor. hace pocos minutos lo llamaron de Estocolmo.
-¿Qué noticia le dieron? -dijo, ya manifestando abiertamente su emoción.
-Era una periodista sueca que quería saber su opinión sobre el movimiento emancipador de las mujeres.
El propio Valéry refería la anécdota con cierta ironía. Y la verdad es que tan grande poeta, tan impecable escritor, jamás obtuvo 
el valioso premio.

Por lo que a mí concierne, deben reconocerme que fui muy precavido.

Desde que supe que mi nombre se mencionaba (y se mencionó no sé cuántas 
veces) como candidato, decidí no volver a Suecia, país que me atrajo desde muchacho, cuando con Tomás Lago, nos erigimos en discípulos auténticos de un pastor excomulgado y borrachín llamado Gosta Berling. Además, estaba aburrido de ser mencionado cada año, sin que las cosas fueran más lejos. Ya me parecía irritante ver aparecer mi nombre en las competencias anuales, como si yo fuera un caballo de carrera. Por otro lado los chilenos, literarios o populares, se consideraban agredidos por la indiferencia de la academia sueca. Era una situación que colindaba peligrosamente con lo ridículo.
Finalmente, como todo el mundo lo sabe, me dieron el Premio Nobel, cuando yo me encontraba en Paris, en 1.971, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile.

Pablo Neruda ( Chile, 1904-1973 )

Tomado de "Confieso que he vivido"



El silencio de las sirenas


Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. 
He aquí la prueba: 
Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría. 
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas. 
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises. 
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó. 
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo

Franz Kafka, Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924



El verbo ser


Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se sienta necesariamente a una mesa quitada en una terraza, de noche, a la orilla del mar. La desesperación es y no es el retorno de una serie de pequeños hechos como semillas que al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una piedra o el vaso de beber. Es un barco plagado de nieve, si queréis, como los pájaros que mueren y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña, delimitada por joyas de pelo. Es la desesperación. Un collar de perlas para el que no se sabría encontrar broche y cuya existencia no pende siquiera de un hilo, eso es la desesperación. Del resto no hablemos. Acabaríamos por desesperarnos si comenzáramos. Yo desespero del tragaluz hacia las cuatro, desespero del abanico hacia las doce, desespero del cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano permanece siempre ante la desesperación jadeando, ante la desesperación que los espejos jamás nos dicen si ha muerto. Vivo de esa desesperación que me encanta. Me gusta esa mosca azul que vuela por el cielo a la hora en que las estrellas canturrean. Conozco a grandes rasgos la desesperaci6n de los largos y frágiles asombros, la desesperaci6n de la soberbia, la desesperación de la ira. Me levanto todos los días como todo el mundo y extiendo los brazos sobre un papel de flores, no me acuerdo de nada, y siempre descubro con desesperaci6n los bellos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitaci6n es bello como unas baquetas de tambor. Forma un tiempo de tiempo. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento que me ayuda. ¡Se tendrá idea de semejante desesperación! ¡Fuego! Ah, vendrán otra vez... ¡Socorro! Helos ahí cayendo por la escalera... Y los anuncios de periódico, los letreros luminosos a lo largo del canal. A grandes rasgos la desesperación carece de importancia. Es un incordio de estrellas que de nuevo va a formar un día de menos, es un incordio de días de menos que de nuevo va a formar mi vida.

André Breton       ( Francia, 1896 - 1966 )


Versión en español de Manuel Álvarez Ortega





En primera persona


Gabriel García Márquez (Visión personal del Bill Clinton) 

Lo primero que llama la atención de William Jefferson Clinton es su estatura: un metro con ochenta y siete centímetros. 
Lo segundo es un poder de seducción que infunde desde el primer saludo una confianza de viejo conocido. Lo tercero es el fulgor de su inteligencia, que permite hablarle de cualquier asunto, por espinoso que sea, siempre que se le sepa plantear. Sin embargo, alguien que no le quiere me previno: 
"Lo peligroso de esas virtudes es que Clinton las usa para que crean que nada le interesa tanto como lo 
que uno le dice".

Lo conocí en una cena que el escritor William Styron ofreció en su casa veraniega de Marta's Vineyard en agosto de 1995. Clinton había dicho en la primera campaña presidencial que su libro favorito era Cien años de soledad. Yo dije y se publicó en su momento que aquella frase me parecía una simple carnada para el electorado latino. Él no lo pasó por alto: lo primero que me dijo después 
de saludarme en Marta's Vineyard fue que su declaración había sido sincera.

Carlos Fuentes y yo tenemos razones para pensar que aquella noche vivimos un buen capítulo de nuestras memorias. Clinton nos desarmó desde el principio con el interés, el respeto y el sentido del humor con que trató cada una de nuestras palabras como si fueran oro en polvo. Su talante correspondía a su aspecto. Tenía el cabello cortado como un cepillo, la piel curtida y la salud casi insolente de un marinero en tierra, y llevaba una sudadera pueril con un crucigrama estampado en el pecho. Era, a sus cuarenta y nueve años, un sobreviviente glorioso de la generación del 68, que había fumado marihuana, cantaba de memoria a los Beatles y protestaba en las calles contra la guerra de Vietnam.

La cena empezó a las ocho y terminó a la media noche, con unos catorce invitados a la mesa, pero la conversación se redujo poco a poco a una suerte de torneo literario entre el presidente y los tres escritores. El primer tema fue la inminente reunión de la Cumbre de las Américas. Clinton quería que fuera en Miami, como lo fue en realidad. Carlos Fuentes pensaba que Nueva Orleans o Los Angeles tenían más créditos históricos, y él y yo los defendimos a fondo, hasta que se vio claro que el presidente no cambiaría de idea porque contaba con Miami para la reelección.

"Olvídese de los votos, señor presidente", le dijo Carlos Fuentes. "Pierda la Florida y gánese la historia".

La frase marcó el tono. Cuando hablamos del narcotráfico el presidente oyó mi opinión con oídos benévolos: "Los treinta millones de drogadictos de los Estados Unidos demuestran que las mafias norteamericanas son muchos más poderosas que las de Colombia y mucho más corruptas sus autoridades". Cuando le hablé de las relaciones con Cuba pareció aun más receptivo: "Si Fidel y usted pudieran sentarse a discutir cara a cara no quedaría ningún problema pendiente". Cuando hicimos un repaso espectral de América Latina supimos que su interés era mucho mayor de lo que suponíamos pero le faltaban datos esenciales. Cuando la charla amenazó con volverse demasiado formal le preguntamos por su película favorita y contestó que era High Noon (Solo ante el peligro), 
de Fred Zinnemann, a quien había condecorado días antes en Londres. Cuando le preguntamos qué estaba leyendo lanzó un suspiro de alivio y mencionó un libro sobre las guerras económicas del futuro, cuyo título y autor no reconocí. "Mejor lea el Quijote", 
le dije. "Ahí está todo".

La verdad es que ese libro único no se lee tanto como se dice, pero muy pocos admiten que no lo han leído. Clinton demostró con dos o tres frases que lo conocía muy bien. Entusiasmado, nos preguntó por nuestros libros preferidos. Styron le contestó que el suyo era "Huckleberry Finn" de Mark Twain. Yo hubiera escogido "Edipo rey" de Sófocles, que es mi libro de cabecera desde los veinte años, pero preferí "El Conde de Montecristo", sólo por razones técnicas que me costó mucho explicar. Clinton dijo que el suyo eran las "Meditaciones" de Marco Aurelio, y Carlos Fuentes no vaciló por "Absalón Absalón", sin duda alguna la novela estelar de William Faulkner, aunque otros preferimos "Luz de agosto" por gustos personales. Clinton, como homenaje a Faulkner, se puso entonces de pie y con largas zancadas alrededor de la mesa recitó de memoria el monólogo de Benji, que son las páginas más asombrosas pero también las más herméticas de "El sonido y la furia". Faulkner nos llevó a preguntarnos una vez más sobre las afinidades entre los escritores del Caribe y la pléyade de grandes novelistas del sur de los Estados Unidos. Nos parecieron más que lógicas, si tomábamos en cuenta que el Caribe no es en realidad un área geográfica, circunscrita al mar, sino un espacio histórico y cultural mucho más vasto, que abarca desde el norte del Brasil hasta la cuenca del Misisipí. Mark Twain, William Faulkner, John Steinbeck, y tantos otros, serían entonces tan caribes por derecho propio como Jorge Amado y Derek Walcott. Clinton -nacido y formado en la sureña Arkansas- celebró la ocurrencia y proclamó con alegría su propia filiación caribe.

Entonces iban a ser las doce de la noche, y tuvo que interrumpir la charla para contestar una llamada urgente de Gerry Adams, a quien autorizó desde aquel momento para recaudar fondos y hacer campaña en los Estados Unidos a favor de la paz en Irlanda del Norte. Éste debió de ser el final histórico para una noche inolvidable, pero Carlos Fuentes lo llevó más lejos cuando le preguntó al presidente a quiénes consideraba sus enemigos. La respuesta fue inmediata y brutal: "Mi único enemigo es el fundamentalismo religioso de derecha".

Dicho esto concluyó la cena. Las otras veces que lo vi, en privado o en público, me dejó la misma impresión que la primera: Bill Clinton era todo lo contrario de la idea que los latinoamericanos tenemos sobre los presidentes de los Estados Unidos.

Ahora bien: ¿sería justo que este raro ejemplar de la especie humana tuviera que malversar su destino histórico sólo porque no encontró un rincón seguro donde hacer el amor?

Pues ése es el caso: el hombre con más poder sobre la tierra no ha logrado consumar sus ardores secretos por el estorbo invisible de un servicio de seguridad que sirve mejor para impedir que para proteger. No hay cortinas en las ventanas de la Oficina Oval ni un cerrojo de caridad en el baño reservado a las obras mayores del presidente. El florero que se ve a sus espaldas en las fotografías de su escritorio ha sido denunciado por la prensa como un escondite de micrófonos para consagrar en documentos de estado los misterios de las audiencias. Más triste, sin embargo, es que el presidente sólo quiso hacer algo que el común de los hombres han hecho a escondidas de sus mujeres desde el principio del mundo, y la estolidez puritana no sólo impidió que lo hiciera sino que le negó hasta el derecho de negarlo.

La literatura de ficción la inventó Jonás cuando convenció a su mujer de que había vuelto a casa con tres días de retraso porque se lo había tragado una ballena. Amparado en esa argucia atávica, Clinton negó ante la justicia que hubiera tenido alguna relación sexual con Mónica Lewinsky, y lo negó con la cabeza en alto, como todo infiel que se respete. A fin de cuentas, su drama personal es un asunto doméstico entre él y Hillary, y ésta lo ha respaldado ante el mundo con una dignidad homérica.

Perfecto: una cosa es mentir para engañar y otra bien distinta es ocultar verdades para preservar esa instancia mítica del ser humano que es su vida privada. Con todo derecho: nadie está obligado a declarar contra sí mismo. De haber persistido en la negativa inicial, a Clinton lo habrían procesado de todos modos -pues de eso se trataba- pero es mucho más digno ser perjuro en defensa del fuero interno que ser absuelto contra el amor. Por desgracia, con la misma determinación con que negó la culpa la admitió más tarde, y siguió admitiéndola por todos los medios impresos, visuales y hablados hasta la humillación. Error mortal de un amante inconcluso cuya vida secreta no pasará a la historia por haber hecho mal el amor sino por haberlo vuelto todavía menos eterno de lo que suele ser. Llegó hasta el escarnio de someterse al sexo oral mientras hablaba por teléfono con un senador. 
Se suplantó a sí mismo con un cigarro frígido. Apeló a toda clase de artificios elusivos para burlar a natura, pero cuanto más lo intentaba más motivos contra él encontraban sus inquisidores, pues el puritanismo es un vicio insaciable que se alimenta de su propia mierda. Ha sido una vasta y siniestra confabulación de fanáticos para la destrucción personal de un adversario político cuya grandeza no podían soportar. Y el método fue la utilización criminal de la justicia por un fiscal fundamentalista llamado Kenneth Starr, cuyos interrogatorios encarnizados y salaces parecían excitarlos hasta el orgasmo.

El Bill Clinton que encontramos hace cuatro meses en la cena de gala que ofreció al presidente Andrés Pastrana en la Casa Blanca, era un hombre distinto. Ya no era el universitario desprejuiciado de Marta's Vineyard, sino un convicto enflaquecido e incierto, que no lograba disimular con una sonrisa profesional el mismo cansancio orgánico que destruye a los aviones: la fatiga del metal.

Días antes, en una cena de periodistas con la señora Katherine Graham, la dama de oro del Washington Post, alguien había dicho que a juzgar por el juicio de Clinton, los Estados Unidos seguían siendo el país de Nathaniel Hawthorne. Aquella noche en la Casa Blanca lo entendí en carne viva. Se referían al gran novelista norteamericano del siglo anterior, que denunció en su obra los horrores del fundamentalismo en la Nueva Inglaterra, donde quemaron vivas a las brujas de Salem. Su novela capital, "La letra escarlata", es el drama de Hester Pryme, una joven casada que tuvo un hijo secreto de un hombre que no era el suyo.
Un Kenneth Starr de la época le impuso el castigo de llevar de por vida una camisa de penitente con la letra A del código puritano con el color y el olor de la sangre. Un agente del orden la seguía a todas partes con un tambor batiente para que los transeúntes se apartaran a su paso. El desenlace, por cierto, podría quitarle el sueño al fiscal Starr, pues el padre clandestino de la hija de Hester resultó ser el ministro del culto que la martirizó hasta la muerte.

La técnica y la moral del procedimiento fueron en esencia las mismas. Cuando los enemigos de Clinton no encontraron méritos para juzgarlo por lo que querían, lo acosaron con interrogatorios minados hasta que lo pillaron por aquí y por allá en trampas secundarias. Entonces lo forzaron a acusarse en público a sí mismo, y a arrepentirse incluso de lo que no había hecho, en vivo 
y en directo, a través de una tecnología de la información universal que no es más que la versión trimilenaria de los tambores persecutorios de Hester Prynne. Por las preguntas del fiscal, capciosas y concupiscentes, hasta los niños de pecho se enteraron de las mentiras que sus padres les contaban para que no supieran cómo los habían hecho. Vencido por la fatiga del metal, Clinton llegó hasta la locura imperdonable de castigar a sangre y fuego a un enemigo inventado a cinco mil trescientas noventa y siete millas náuticas de la Casa Blanca, sólo para desviar la atención de su desgracia personal. Tony Morrison, Premio Nobel de Literatura y gran escritora de este siglo agonizante, lo resumió con una plumada genial: "Lo trataron como a un presidente negro".

Gabriel García Márquez     ( Colombia, 1928 )

Premio Nobel de Literatura 1982



Epitafios con humor

Los epitafios, esas inscripciones que se escriben en las lápidas de las tumbas, pueden dar mucho juego, desde el clásico y minimalista R.I.P. a algunos que son auténticos ejercicios de ingenio. 

Se expone a continuación una extensa colección de ellos. Se han seleccionado los que de alguna manera pueden resultar originales, curiosos, llamativos, graciosos, etc. 
La mayor parte de ellos han aparecido en periódicos y revistas como ciertos. Otros son de algunos humoristas españoles y los menos son inventados.
¡Que nunca muera el humor!

-En la tumba de Groucho Marx: "Disculpe que no me levante, señora".
-En una tumba del cementerio de Salamanca: "Con amor de todos tus hijos, menos Ricardo que no dio nada".
-En la tumba de Oscar Welles: "No es que yo fuera superior, es que los demás eran inferiores".
-Lo escribió un marido en la tumba de su suegra: "Aquí yaces y yaces bien, tú descansas y yo también".
-En la tumba de Miguel de Unamuno: "Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo".

-En una tumba del cementerio de Guadalajara: "A mi marido, fallecido después de un año de matrimonio. 

  Su esposa, con profundo agradecimiento".
-Necesité toda una vida para llegar hasta aquí".
-En la tumba de Johann Sebastián Bach: "Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga".

-Lo escribió el marido en la tumba de la esposa: "Pronto estaré contigo". Tras morir el marido, un conocido, al ver las fechas tan

  distantes de fallecimiento, escribió debajo: "Creí que no venías".
-Un marido en la tumba de su suegra: "Tanta paz encuentres, como tranquilidad me dejas".
-En el cementerio de la Almudena de Madrid: "Aquí estoy con lo puesto, y no pago los impuestos".
-Lo escribió en la lápida unos días antes de morir: "Os dije que estaba enfermo".

-En Viareggio, en la tumba del célebre transformista Leopoldo Fregoli, fallecido en 1936: 

  "Aquí Leopoldo Fregoli llevó a cabo su última transformación."
-En el cementerio de Minnesotta: "Fallecido por la voluntad de Dios y la ayuda de un médico imbécil."

-Sobre una lápida del cementerio municipal de Detroit: "Aquí yace Joseph Barth, cuya vida fue breve, pero plena de alegría, 

  gracias a su fiel compañera, Angélica que a la edad de veinticinco años escondió su dolor en el 7 de Elmer Street, 
  Teléfono 2-13-18-15".

-Ya os decía yo que este médico no era de fiar.
-Lo escribió un marido sobre la tumba de su mujer: "Aquí yace mi mujer, fría como siempre".
-Lo escribió una mujer sobre la tumba de su marido:"Aquí yace mi marido, al fin rígido".
-"Dejadme en paz".
-En una tumba de un cementerio de Paria: "Luisa C. (1835-1867), ven pronto a mi lado". Debajo: "Vengo enseguida. Pedro, (1831-1907). Es decir al cabo de cuarenta años.

-En la tumba de una ancianita en el cementerio de Ithaca (EE.UU). "En la tierra yo era coja y sin

  bastón, ahora me encuentro bien sin operación".

-En una lápida mortuoria de California: "Aquí yace Jane Smith, esposa de Thomas Smith,

  marmolista. Este monumento fue erigido por su esposo en memoria suya y como modelo. Sólo cuesta trescientos dólares".
-Lo escribió un marido en la tumba de su suegra: "Señor, recíbela con la misma alegría que yo te la mando".
-En la tumba de Amin Dadá: "¡Como me levante...!"
-Lo escribió un marido en la tumba de su suegra: "RIP, RIP, ¡HURRA!
-Inscripción en la puerta de un cementerio catalán:"Levantaos, vagos, que la tierra es para quien la trabaja".

-En un cementerio de un pueblo de Ávila: "Aquí yace Isabelita, que por ser tan buena y no querer, se fue para la otra vida con muy

  poquito placer."
-En otro cementerio de otro pueblo de Ávila: "A los 9 días cansado de vivir ha subido al cielo Pepin."
-En un cementerio de Middlebury,  en una lápida erigida por la suegra al yerno: "Descansa hasta que volvamos a encontrarnos".
-Aquí yace Mariana que murió 30 días antes de ser condenada".
-En la tumba del marido: "La próxima vez te haré caso".
-En la tumba de un médico:"Aquí yace uno por quien yacen muchos en este lugar".
-En la tumba de un ludópata en lugar de R.I.P. ponía: "GAME OVER".
-En la tumba de Miguel Gila, podría estar este: "Es la muerte?...que se ponga".
-En la tumba de una fea, fea, feísima: "Al fin polvo".
-Aquí yacen Bill Smith y cuatro balas del calibre 44".
-En el cementerio de la Almudena de Madrid: "Aquí yacen los polvos de mi querida, que los tuvo maravillosos en su vida".
-En San Salvador en la matrícula de un monumento coronado por un automóvil destrozado: "Esto significa: alcohol, velocidad y distracción.
-Epitafio de un fumador: "Fumar adelgaza".
Tomado de: "El Progreso"  Lugo, España.



Es que somos muy pobres


Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada. 

Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. 
El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño. 
Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta. 
A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente. 
Y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años. 
Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos. 
No acabo de saber por qué se le ocurriría a La Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen. 
Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que le ayudaran. Bramó como sólo Dios sabe cómo. 
Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él , estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba. 
Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a los dos. 
La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes. 
Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima. 
Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas. 
Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita. 
La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere. 
Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: "Que Dios las ampare a las dos." 
Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención. 
-Sí -dice-, le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal. 
Ésa es la mortificación de mi papá. 
Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella. 
Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición. 

JUAN RULFO        (México, 1918 - 1986 )



Frases bien dichas



Calorías: "Pequeños bichos inescrupulosos y desgraciados que viven en nuestros armarios y que durante la noche se dedican a coser y a achicar nuestras ropas". 
     Albert Einstein

Promoción: "Cosas inservibles a precios irresistibles".
      Carolina Berrío


"Nunca me volví a casar, porque no tuve necesidad de ello. En casa tengo tres animales que hacen la misma función de un marido: tengo un perro que refunfuña todas las mañanas, un loro que dice barbaridades toda la tarde y un gato que llega tarde todas las noches"...

     Marie Corelli, novelista.

"Antes del matrimonio, un hombre se pasará la noche sin dormir pensando en algo que dijiste; después del matrimonio, se queda dormido antes de que termines de decirlo"...

     Helen Rowland, escritora

"Muchas personas que piensan que el divorcio es el remedio ideal para todo, descubren, cuando lo prueban, que el remedio es peor que la enfermedad"...
     Dorothy Dix, feminista

"La única vez en que una mujer tiene éxito en cambiar a un hombre es cuando le cambia los pañales, cuando todavía es un bebé"...
     Natalie Wood, actriz

"Las mujeres son tan jóvenes como sus rodillas"...
     Mary Quant, diseñadora

"Seré una autócrata; ese es mi negocio, y que Dios me perdone; ese es el negocio de Él"...
     Catalina de Rusia

"Cuando las mujeres están deprimidas, se ponen a comer o se van de compras. Los hombres, cuando se deprimen, invaden otro país. Es una manera diferente de pensar"...
     Elayne Boosler, comedianta



El sueño de Bismark    (Fantasía)
Arthur Rimbaud


(Tomado en su totalidad de BBC de Londres, 23 de mayo de 2008)

   Un cineasta francés descubrió, por azar, un texto desconocido de uno de los más influyentes poetas del siglo XIX, Arthur Rimbaud. 

El cineasta, Patrick Taliercio, de 32 años, encontró el documento en Charleville, la ciudad del norte de Francia donde Rimbaud nació en 1854. 
Taliercio, quien está realizando un documental sobre el poeta, buscaba información en una librería de viejo cuando el dueño, François Quinart, le mostró tres ejemplares del periódico Le Progrès des Ardennes. 
En uno de ellos, del 25 de noviembre de 1870, que el cineasta compró por 30 euros, aparecía un artículo titulado "El sueño de Bismarck (Fantasía)" firmado por un tal Jean Baudry. 
Taliercio sabía que ése era uno de los pseudónimos de Rimbaud. 

Poemas rechazados 

Rimbaud escribió el texto cuando tenía 16 años de edad. 
Paul Verlaine  dijo que Rimbaud era "un poeta maldito". 
Los especialistas sabían que él había tratado de que le publicaran poemas en Le Progrès des Ardennes, que habían sido rechazados. 
Pero hasta ahora se desconocía que hubiera aparecido este texto del "poeta maldito" que, poco después, sorprendería al mundo con "El barco ebrio" (1871), "Una temporada en el infierno" (1873) e "Iluminaciones" (1874). 
Rimbaud tomó el pseudónimo de la comedia "Jean Baudry", de Auguste Vacquerie, un amigo cercano de Víctor Hugo. 
El texto, que incluye algunas frases en italiano, como "Hi! povero!" (¡El pobre!), se centra en el primer ministro de Prusia, Otto Eduard Leopold von Bismarck, en un momento en que las tropas de Napoleón III estaban sitiadas durante la guerra franco-prusiana. 
De hecho, tal vez Rimbaud nunca supo que el artículo se publicó porque, un mes después, la imprenta de Le Progrès des Ardennes fue destruida por el fuego enemigo. 

BBC Mundo a continuación le ofrece la que creemos que es la primera traducción al español de este texto, realizada por nuestro colega Manuel Toledo. 

La traducción trata de respetar el peculiar uso de los signos de puntuación de Rimbaud. 

Al frente, aparece el original en francés.


Bajo una pequeña estrella
Wislawa Szymborska

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos, cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas y que me esfuerce
                                                                                        después para que parezcan ligeras.
Wislawa Szymborska    (Polonia, 1923)Premio Nobel de Literatura 1996
Versión en español de Abel.A. Murcia

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