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ANNA AJMÁTOVA: POESÍA EN EL HOLOCAUSTO  





Anna Andréyevna Górenko nació el 11(23) de junio de 1889 en Odessa, hija de una noble familia de origen tártaro.
Su infancia no parece que fuese muy feliz; sus padres se separaron en 1905. Anna comenzó a escribir poesía a la edad de once años. Como su padre no quería ver ningún verso impreso bajo su "respetable" apellido, ella decidió adoptar el de su bisabuela tártara, Ajmátova, como pseudónimo.
Estudió derecho, latín, historia y literatura en Kiev y en San Petersburgo. Allí se casó en 1910 con Nikolái Gumiliov, poeta famoso, promotor del acmeísmo, corriente poética que se sumaba al renacimiento intelectual de Rusia a principios del siglo XX. Los acmeístas rompían con el simbolismo, de carácter metafórico, y restablecían el valor semántico de las palabras. En esta línea Anna publica en 1912 su primer libro de poemas titulado La tarde. En ese mismo año nace su único hijo Lev, que se convertiría en un famoso historiador neoeurasianista. El matrimonio de Anna y Nikolái duraría desde 1910 hasta 1918.
En 1910-1912 viajó a Italia y Francia, visitando París dos veces. Conoció a Modigliani, quién influiría en su perspectiva.
Más tarde Ajmátova se casaría con el prominente asiriólogo Vladímir Shileiko (1918-1922) y poco después con el historiador de arte Nikolái Punin (1922-1938). Borís Pasternak estuvo enamorado de ella pero Anna rechazó su proposición.
Sus primeros escritos parecen intuir la gran soledad en la que se verá sumergida años más tarde, después de las trágicas consecuencias de la revolución rusa de 1917. Tras ésta, Anna se verá afectada ya que en 1921 su primer marido Nikolái Gumiliov fue acusado de conspiración y fusilado. Más tarde, su hijo será también arrestado y deportado a Siberia. Y su último marido, Punin, moriría de agotamiento en un campo de concentración en 1938. Los poemas de Anna se prohibieron, fue acusada de traición y deportada. Por temor a que fusilaran a su hijo quemó todos sus papeles personales. En 1944 pudo regresar con su hijo a Leningrado, ciudad devastada tras el asedio nazi.
Allí comenzó a ganarse la vida traduciendo a Leopardi y publicando ensayos, incluyendo brillantes ensayos de Aleksandr Pushkin, en periódicos escolares. Todos sus amigos emigraron o fueron reprimidos.
En 1945 el joven intelectual británico Isaiah Berlin quiso visitarla antes de regresar a Londres. Ese encuentro se prolongó durante veinte horas, durante las que Anna le leyó sus poemas y se sinceró con él, pero esto tuvo trágicas consecuencias ya que su hijo volvió a ser encarcelado durante diez años. Esta vez la escritora se negó a silenciar su voz y siguió adelante con su poemario más importante, Réquiem; ahí explica que en aquella Unión Soviética los únicos que estaban en paz eran los difuntos y que los vivos pasaban su vida yendo de un campo de concentración a otro. El libro fue publicado sin su consentimiento y conocimiento en 1963 en Múnich.
En 1962, Ajmátova estuvo nominada al Premio Nobel de Literatura, pero no lo consiguió.
En 1964, en honor a su 75 cumpleaños, se realizaron nuevos estudios y se publicaron nuevas recopilaciones de sus versos. Ese mismo año viaja a Taormina (Italia), donde recibe el Premio Internacional de Poesía y en 1965 es nombrada doctora honoris causa por la Universidad de Oxford. Viaja a Gran Bretaña con escala en París y se publica en Moscú El correr del tiempo (1909-1965), un balance incompleto (y censurado) de su obra.
Sus últimas piezas, compuestas en ritmo y sentido neoclásico, parecen ser la voz que reflejaba lo mucho que ella había vivido. Durante su estancia en Komarovo era visitada por Joseph Brodsky y otros jóvenes poetas, que perpetuaron las tradiciones de Ajmátova en la poesía de San Petersburgo en el siglo XXI. También tradujo las obras completas de Rabindranath Tagore en ocho volúmenes, al ruso.
El 5 de marzo de 1966 Anna muere de un infarto en un sanatorio de las afueras de Moscú y es enterrada en Komarovo. Su obra, traducida a un sinnúmero de lenguas, sólo aparecerá íntegra en Rusia en 1990.
El poeta Joseph Brodsky la definió así:
Su sola mirada te cortaba el aliento. Alta, de pelo oscuro, morena, esbelta y ágil, con los ojos verdosos de un tigre polar, durante medio siglo la ha dibujado, pintado, esculpido en yeso y mármol, fotografiado un sinnúmero de personas, empezando por Modigliani. Los versos dedicados a ella formarían más volúmenes que su obra entera.




POEMAS ESCOGIDOS:



A LA MUERTE



Si has de venir ¿por qué no ahora?
Te espero. Me siento muy mal.
He apagado la luz y te he abierto la puerta
a ti, tan sencilla y asombrosa.
Toma para esto cualquier forma,
irrumpe como granada arrojada,
o furtivamente, con una pesa, como un bandido experto.
O envenéname con el tufo del tifus.
O con un cuento inventado por ti,
conocido por todos hasta la náusea,
Para que yo vea la punta del gorro azul 
y al portero, pálido de terror.
Todo me da igual ahora. Humea el Yenisei 
y resplandece la estrella polar,
y el último horror vela
el brillo añil de los ojos amados.




EPÍLOGO
               
                 
                     1


Ahora sé cómo se desvanecen los rostros,
cómo bajo los párpados anida el terror,
cómo el dolor traza en las mejillas
rudas páginas cuneiformes,
cómo unos rizos cenicientos y negros
se tornan plateados de repente,
la sonrisa se marchita en los labios dóciles
y en una risa seca tiembla el pavor.
y no sólo por mí rezo,
sino por quienes permanecieron allí conmigo,
en el frío feroz y en el infierno de Julio,
bajo el muro rojo y ciego
                
                     2


De nuevo se acercó la hora del recuerdo.
Os veo, os oigo, os siento.

A aquella a la que a duras penas empujaron hacia la ventana,
a quien sus pies no pisan su tierra natal,

a la que agitando su bella cabeza
dijo "Vengo aquí, como si fuera a casa".

Quisiera llamar a todas por su nombre,
pero confiscaron la lista y no se puede encontrar.

Para ellas he tejido un vasto sudario
con las pobres palabras que les oí.

De ellas me acuerdo siempre, en todas partes
no las olvidaré en una nueva desgracia

y si amordazaran mi atormentada garganta,
por la que gritan cien millones de voces,

que ellas también rueguen por mí
en la víspera del aniversario de mi muerte

y si alguna vez en este país
deciden erigirme un monumento

doy mi acuerdo a ese honor
sólo a condición de que no lo erijan

junto al mar, donde nací.

Se rompieron mis últimos lazos con él.

Ni en el parque de los Zares, junto al secreto tronco,
donde una desconsolada sombra me busca

sino aquí, donde permanecí de pie trescientas horas
y donde no me abrieron los cerrojos.

Porque en la plácida muerte
temo olvidar el fragor de los negros furgones,

olvidar cómo chirriaba la odiada puerta
y a la vieja que aullaba como una bestia herida.

Ojalá que de mis pesados párpados de bronce
fluyan las lágrimas como derretida nieve

y que la paloma de la prisión arrulle a lo lejos
y que silenciosamente naveguen los barcos por el Neva.




(Traducción de Jesús García Gabaldón. “Réquiem”, 1994)




No sé si estás vivo o muerto,
te podría buscar en la tierra
o penar claramente por un difunto
en el pensamiento nocturno.

Para vos todo: la oración del día,
y el calor abatido del insomnio,
y la bandada blanca de mis versos,
y el incendio azul de mis ojos.

Para mí nadie fue tan misterioso,
nadie me atormentó así,
ni el que me traicionó hasta la tortura,
ni el que acarició y se olvidó de mi.

    
1915

                       *

El poeta no es una persona
es tan solo un espíritu –
ciego como Homero,
o sordo como Beethoven, -
todo lo ve, oye, posee todo ...

  
1962
                *
¿Para qué envenenaron el agua
y con la suciedad mezclaron mi pan?
¿Para qué transforman
la última libertad en guarida?
¿Es porque no me burlé
de la desgracia amarga
de los amigos?
¿Porque le soy fiel
a mi triste patria?
Que así sea.
Sin verdugo y sin cadalso
no existiría el poeta sobre la tierra.
Para nosotros, camisas de penitencia,
ir y aullar con una vela.

  

1935

(Versiones de Natalia Litvinova




Como tú sufro
la negra separación permanente.
¿Por qué lloras? Mejor dame la mano
y prométeme volver en un sueño.
Tú y yo somos un monte de dolor.
En esta tierra tú y yo jamás nos encontraremos.
Si pudieras tan sólo enviarme a medianoche
por medio de las estrellas tu recuerdo. 
   







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